La fragata “Magdalena”
Antes de empezar a hablar de nuestro
buque, debemos fijarnos en lo que es una fragata.
Fragata española (1700)
Aparece este tipo de velero de guerra,
en todas las marinas a finales del siglo XVII.
En esa época, y para defender las
posiciones y “Territorios de Ultramar”, ya no eran suficientes los grandes
buques de línea, más necesarios y casi imprescindibles en los grandes combates
navales, sino que se buscaba un nuevo tipo de barco, que tuviera una gran
robustez, que contara con un gran poder ofensivo, y que, sobre todo, fuese muy
obediente al gobierno, y por lo tanto más maniobrero y rápido que los grandes
navíos.,
Bajo ese criterio se concibió la “fragata”,
siendo por lo tanto un navío de los llamados de “menor porte”, con una sola
batería e impulsados por un aparejo similar al de los grandes navíos: tres
palos, todos ellos con velas cuadras, excepto la cangreja que portaba el palo
de mesana.
Empezaron desplazando de 200 a 300
toneladas, e iban armadas con 30 o 40 cañones, para posteriormente aumentar sus
dimensiones hasta las 800 y 1200 toneladas, terminando, ya entrado el siglo
XIX, en sobrepasar las 1500 toneladas de desplazamiento, convirtiéndose, por lo
tanto, en las principales unidades de cualquier Armada.
Fue esta una fragata que con el nombre
de “Santa maría Magdalena”, fue botada en los Reales Astilleros de Esteiro (El
Ferrol), en el Año de Gracia de 1773.
Muchas fueron las vicisitudes que esta
nave atravesó durante su no muy larga vida en activo, encontrándonos con ella
en el año 1779, que junto a dos navíos y cuatro fragatas componían una escuadra
que, bajo el mando de Don Antonio Ulloa, estaban destinadas al corso en aguas
de la “Isla
Tercera”.
Esta “Isla Terceira” (cuyo nombre hace referencia a que fue
la tercera isla en ser descubierta), y junto con las otras ocho islas, islas
volcánicas, “Santa María”, “São Miguel”, “Graciosa”, “São Jorge”, “Pico”,
“Faial”, “Flores” y “Corvo”, forman el Archipiélago de las Azores, que aunque
estaban bajo la Férula de la Corona de Portugal, eran deseadas por Isabel I de
Inglaterra como una magnifica posición para ser utilizada como base de partida
para las campañas piráticas contra las naos españolas de la Carrera de Indias,
y por nuestro Rey Felipe II, como lugar de estacionamiento de la Armada de
Guarda y Defensa de esas naves, y como punto de escala, aguada y
aprovisionamiento de los galeones, que solos o en convoy, venían del Nuevo
Mundo,
En fin, que las Azores son en resumidas cuentas y tanto para “tirios
como troyanos” eran la llave de la navegación desde las Indias Occidentales a
la Península Ibérica.
De regreso de esta misión y estando bajo el mando de Don
Pedro de Leyva, desde la ” Magdalena” fue avistado sobre el cabo San Vicente un
“lugre” corsario de bandera
inglesa. Advirtiendo que el corsario enarbolaba excesiva vela, y por lo cual su
captura iba a ser prácticamente imposible, si se daba a la fuga, se le ocurrió
a Don Pedro un ardid que consistió en meter dentro toda la artillería de la
fragata y ocultar a la mayoría de los marineros, dejando solo a la vista los
suficientes para que, posteriormente, al maniobrar como un mercante provocara
la confianza al mismo tiempo que la avaricia del inglés.
Efectivamente, tal como el comandante español esperaba, el
lugre cayó en la bien montada trampa, acercándose confiadamente hasta ponerse a
tiro cañón.
Cuando la fragata asomó su artillería,
advirtió entonces el inglés su error y de forma desesperada intentó darse a la
fuga, lo cual resulto totalmente inútil, porque la pronta maniobra velera de la
fragata con toda su fuerza alcanzó pronto al corsario, mientras su artillería comenzaba
a hacer fuego, de tal forma y precisión, que, a la primera andanada, rindió a
dicho corsario, que resultó ser un barco de 10 cañones y 4 pedreros, de nombre
“Duke of Cornualles”.
En el año 1805, la encontramos navegando
junto al navío “Terrible”, de 74 cañones, y el “España” de 64 cañones en rumbo
hacia La Martinica, para unirse a la fuerza combinada del almirante francés Pierre
Charles Jean Baptiste Silvestre de Villeneuve, y varias unidades más bajo el
mando de Federico Carlos Gravina y Nápoli.
En ese transcurso, el navío “Terrible”,
adelantado al resto de los buques, por ser el más velero y rápido, se
encuentra, según va llegando la luz del alba, con dos barcos corsarios ingleses
que se le habían puesto a tiro de cañón.
Empieza el Combate y la fragata
“Magdalena”, se les acerca con gran ligereza, colaborando a la captura y
posterior quema de los corsarios, ya que como orden tenía la de… “sin más orden
ni recomendación que la de acudir prontamente donde tuviera lugar el combate”.
Se hacen prisioneras a sus dotaciones, e interrogadas, se sabe por medio de
ellas, que los dos corsarios son el bergantín “Lord Nelson”, de 12 cañones, con
una tripulación de 81 hombres, y la goleta “Enguita” de 10 cañones y 32
tripulantes. Ambos con base en Gibraltar.
Es la “Santa María Magdalena”, la
encargada de quemar y echar a pique a la goleta “Enguita”.
Mucho espacio necesitaríamos, para desde
aquí contar todas las vivencias ocurridas a nuestra fragata, por lo que, dando
un salto en el tiempo pasaremos al final.
Nos encontramos en el año 1810, por lo
cual estamos en pleno bicentenario de lo que voy a relataros.
La invasión napoleónica y nuestra Guerra
de la Independencia están en su máxima virulencia, y por aquellos días, como
prueba de la situación política y sus vaivenes, la idea de que los ingleses,
que no hacía muchos años nos los habíamos encontrado enfrente en las batallas
de Trafalgar y cabo San Vicente, con los trágicos resultados por todos
conocidos, eran ahora nuestros más firmes aliados ante el expansionismo del
emperador Napoleón Bonaparte.
Podemos situarnos históricamente en ese
momento, debiendo recordar que todo comenzó en la gestación preparación y
posterior desarrollo de la “Expedición Cántabra”, que fue una operación naval
realizada conjuntamente por las Armadas española y británica contra los
franceses.
El mando de la expedición se le confió
al capitán de navío Don Joaquín Zarauz, a cuyas órdenes se encontraban, Rober Mends,
Jefe de las fuerzas inglesas y Don Blas Salcedo, capitán de navío que mandaba
la fragata “Santa María Magdalena”, y el teniente de fragata Don Diego de
Quevedo que mandaba el bergantín “Palomo”.
La fragata “Magdalena” y el bergantín “Palomo” en “vuelta encontrada”
Esta escuadrilla zarpó del puerto de la
Coruña el 14 de octubre de 1810, acompañada por una serie de fragatas, bergantines,
goletas y cañoneras, tanto españolas como inglesas, con un total de 12 buques
de guerra y 20 de transporte que portaban, aparte de la marinería, 2000 hombres
como fuerza operativa de desembarco.
Su objetivo militar era tomar la plaza
de Santoña en Santander, que en esos momentos se encontraba muy fortificada por
los franceses, mejorar y reforzar su fortificación y establecerla como centro
de operaciones para todo el Cantábrico, en cuyo centro, aproximadamente, se
encontraba esa ciudad.
A continuación proseguir hasta la toma
de Guetaria, en la provincia vascongada de Guipúzcoa, reforzando con ello el
dominio en toda la “Costa Cántabra”, ya dominada en su parte Oeste, con
importantes bases en El Ferrol y la Coruña, y otras de gran valor estratégico,
como las de Vivero y Ribadeo, controlando el centro desde Santoña y el Este
desde Guetaria, mientras cortaban por tierra el Camino Real de Irún y
principales vías de comunicación, para impedir la llegada de socorros a las
fuerzas francesas y no permitir los desplazamientos de la artillería enemiga.
El día 18 de octubre de 1810, se decide
el fondeo de la escuadra en la concha de Gijón y el ataque y ocupación de esa
Villa, en cuya operación tiene una parte sobresaliente la actuación de una
Compañía de Infantería de Marina y una Brigada de Artillería Naval de la “Santa
María Magdalena”, más alguna tropa inglesa con lo que se consigue la retirada
de la guarnición francesa hacia Oviedo.
Se utiliza la artillería abandonada por
los franceses, y se reembarcan las tropas, llevándose con ellas todo aquello
del Arsenal que se considera de interés, como efectos, velámenes, obuses,
pedreros y cañones, mientras que de los buques se desembarcan otro tipo de
municiones y pertrechos para surtir al Ejército del Principado.
Podemos contar con que esa victoria fue
“pírrica”, pues el precioso tiempo perdido en la conquista de Gijón, devino
posteriormente en la tragedia que se avecinaba.
Zarparon hacia la plaza santanderina de
Santoña, a la que arribaron en la mañana del día 23.
Si restamos los cuatro días que
estuvieron los barcos fondeados en Gijón, podemos constatar que entre La Coruña
y Santoña tardaron menos de una semana en desplazar la escuadra entre esas dos
ciudades pese a la gran distancia que las separaba.
Como bien sabemos, el navegar a lo largo
del Cantábrico, no es tarea sencilla debido a los violentos y rápidos cambios
de tiempo a los que siempre está dispuesto, y eso fue lo que pasó, pues nada
más llegar al fondeadero de Santoña, la suave brisa del SO, que los había
acompañado en casi todo el viaje, roló rápida y violentamente hacia un
fortísimo NO, que acabó formando un gran temporal.
Los navíos más grandes, como la fragata
“Santa María Magdalena” y el bergantín “Palomo”, se vieron obligados a “picar”
sus amarras para dirigirse a Mar abierta con el fin de poder capear más
libremente el viento y el oleaje.
Tras cuatro duros días de continua lucha
contra la mar, el temporal les concede una tregua y empieza a amainar
considerablemente, lo cual aprovechan los barcos para tomar rumbo hacia la Ria
de Vivero, que ya se había acordado previamente en el Plan General de la
Expedición como punto de encuentro, si alguna causa obligaba a que se
dispersaran los barcos.
Arriban los barcos a la Ría con la Mar
en calma y vientos flojos del NE, en la que fondean, bajando buena parte de las
tripulaciones a tierra para aprovisionarse, reparar los daños ocasionados por
el temporal y atender a los heridos.
Hasta aquí todo era tranquilo y
rutinario, pero cuando llega la madrugada del día 1 (Dia de “Todos los
Santos”), y la del 2 (día de “Los Difuntos), el viento en calma rola hasta
convertirse en un N fresco, que cada vez y con mayor rapidez va aumentando su
virulenta potencia hasta convertirse en una verdadera galerna.
A los grandes barcos que su porte
ofrecía mayor resistencia al viento, por su enorme obra muerta, comenzaron a
faltarles sus cabos y cadenas de fondeo, quedando a la deriva y a merced de los
elementos.
Comenzaron a hacerse señales de auxilio
a tierra, pero tanto las tripulaciones que allí se encontraban, como los botes
y lanchas que contaban, no eran ni por asomo suficientes ni capaces como para
llevar la ayuda que se les solicitaba…. ¡Ahí comenzó la tragedia!
Como curiosidad os diré que unas
fragatas inglesas que se encontraban en la misma situación desarbolaron sus
velas y mástiles, consiguiendo con tan desesperada decisión, el que las olas de
retroceso las separaran de la peligrosa costa y las llevaran hasta el centro de
la Ría, donde con algo más de tranquilidad pudieron terminar capeando el
temporal.
En cuanto a nuestra “Santa María
Magdalena”, atrapada por el viento, la marejada y el desgobierno que estos le producían
no pudo hacer nada por evitar la falta de su palo mayor, que en su caída arrasó
con todo un costado de la nave, provocando innumerables vías de agua que no
pudieron ser atajadas con las bombas de achique.
A
partir de ese momento, sobre las 03:00 h. el barco ya estaba irremediablemente
perdió, pues sin gobierno y sus cuadernas abiertas, estaba irremisiblemente
arrastrado por los vientos contra la playa de Covas.
Al amanecer, ya acallados los gritos y
peticiones de auxilio que desde la playa se habían estado escuchando durante
toda la noche, el violento oleaje había depositado en la playa, o flotando
cerca de ella, varios centenares de cadáveres.
La “Santa María Magdalena” termino sus
días encallada en las arenas de la playa de Covas, bajo el terrible castigo del
violento oleaje.
De las 508 personas, entre jefes,
oficiales, marinería, soldados y auxiliares que componían la dotación, murieron
ahogados 500, salvándose tan solo ocho de ellos, que con ímprobos esfuerzos
pudieron llegar a la playa, pero en tan lastimosas condiciones, que a los pocos
días ya habían fallecido cinco, quedando tan solo tres supervivientes de la
tragedia.
A raíz de la muerte simultánea en la
“Santa María Magdalena” del capitán de navío, Don Blas Salcedo y Salcedo y de
su hijo el guardiamarina Don Blas Salcedo Reguera, una Real Orden prohibió, a
partir de ese momento el embarque de padres con hijos y hermanos con hermanos,
en el mismo buque.
El bergantín “Palomo”, su compañero de
aventuras no corrió una suerte diferente, ya que, arrastrado por las enormes
olas, termino sus días totalmente destrozado a unos 400 m. al O, en los
acantilados de Sacido.
En la playa de Covas, a escasos metros
del lugar del embarrancamiento de la “Magdalena”, hay una escultura en la que
se conserva uno de los cañones y un ancla de la escuadra y cuya placa reza… “A
los 550 náufragos del bergantín “Palomo” y de la fragata “Magdalena”,
sucumbidos en esta playa el 2 de noviembre de 1810”.
Dime
bergantín “Palomo”
¿Dónde fue
tu perdición?
En la Ria
de Vivero
Al toque de
la oración
Di fragata
“Magdalena”
¿Qué mal
viento te dio el mar?
Todos los
vientos son buenos,
si Dios no
da tempestad.
Esa es la historia de una de las mejores
fragatas con la que contó la Armada de esa época, y por desgracia muy poco
conocida.
Buena Mar y hasta la vista amigos.