domingo, 6 de octubre de 2013 4 comentarios

…Y hablando de perros


Perro pescador, que bien podría ser Moro
 
En los tiempos en que ya contaba con 10 “largos años” sobre mis espaldas, vivía con mis padres y hermanos en la casa que teníamos en la plaza de Santa Ana y, desde cuya galería veía entrar y salir del puerto las lanchas de Llanes.
Por el sonido de sus motores, sabia, o creía saber de la lancha que se trataba, de su nombre y del nombre de su patrón, y para comprobarlo, salía disparado hacia la galería, abandonando alguna que otra vez la comida en el plato, con “gran alegría” de Teresina, mi madre, por abandonar la mesa sin pedir permiso. Por cierto, la asignatura que regulaba este comportamiento se llamaba urbanidad, y muy buenos coscorrones me costó esta afición.
Amomiau me quedaba mirándolas, hasta que doblaban la Barra en su andar hacia el este, mientras me imaginaba que me encontraba a bordo de ellas, pero no al lado del patrón que gobernaba la embarcación, sino tumbado sobre el castillo de proa con todo la Mar ante mis ojos, y teniendo a mi lado al perro.
Y es que en las lanchas de Llanes, acostumbraban a embarcar uno de los llamados perros de aguas, de tamaño entre pequeño y mediano, con el pelo lanoso y muy rizado y teniendo como colores predominantes el blanco o el negro.
Ahora bien, ni por un momento creáis que estos perrines eran tan solo un capricho o adorno, pues nada más lejos de la realidad, ya que tenían encomendado un trabajo el cual desempeñaban con pasmosa efectividad, pues lo muy puñeteros, eran rápidos como el rayo y más listos que “la jambre”. Es fácil que conozcáis el chiste de dos paisanos que hablando de perros, uno dijo… Pues hay perros tan inteligentes que incluso superan a su amo, A lo que el otro inconscientemente contestó… ¡Eso ye verdad!... ¡Tengo yo unu de esos!
Y es que esos perros, cuando la lancha llegaba a la playa de pesca, y comenzaba por ejemplo la faena del palangre, se apoyaban con las patas delanteras en la tapa de la regala, vigilando la faena sin perder ripio.
La excitación iba en aumento hasta el momento en que alguna pieza se soltaba del anzuelo y quedaba libre. En ese instante el patrón gritaba… ¡Suelta, suelta! Y a esa voz, el perro, en cuestión de segundos, localizaba el pez desanzuelado y se lanzaba al agua repescándolo de nuevo antes de que se hundiera, para volver inmediatamente al barco a donde eran izados los dos.
Según el Reglamento de la Dirección General de la Marina Mercante, cuando un barco, y por los motivos que fuesen, es abandonado por la tripulación, el valor del barco y de su carga, con ciertos requisitos, pasan a ser propiedad del que lo rescate.
Pues bien, me contaron una anécdota muy significativa.
Frente a las costas llaniscas, hace muchos años, quedó abandonado un velero de medio porte, registrado con el nombre de San Juanín, cuyas bodegas se encontraban completamente estibadas de cemento. Allá fueron marineros de Llanes a su rescate, pensando en los duros que iban a ganar. Más cuál sería su sorpresa, cuando al abordar el barco se encontraron con el perro a bordo. El barco no estaba abandonado, y por lo tanto sus esfuerzos fueron inútiles. No se consiguió cobrar nada por encontrarse a bordo del San Juanín, un miembro de su tripulación.
Y ahora, vamos a hablar de algunos perros que conocimos.
Cuchi, en su lancha Petache, tenía un perro que respondía al nombre de Memo. La primera vez que este perro quiso salir a la Mar, fue una noche en la que Tanislao fue a buscar a Cuchi a su casa para ir a pescar. El perro salió tras ellos, pero al llegar al muelle no le dejaron embarcar, y la lancha salió dejando al perro en tierra. Al ver partir a la embarcación, el animal se encuevó bajo unas rocas, y no hubo fuerza humana capaz de hacerlo salir de allí. Los que lo intentaron, se encontraron con una verdadera fiera llena de dientes y con los ojos inyectados en sangre, por lo que al final decidieron dejarlo por imposible. Al regreso de la lancha, el perro en cuanto la oyó, fue a recibirla con gran profusión de brincos y alegres ladridos como si no hubiese pasado nada, pero había estado agazapado durante 12 horas, desde las 5 de la madrugada, hasta las 5 de la tarde. Edad de Memo: 6 meses.
Más adelante, cuando el perro se hizo mayor y con sus facultades pesqueras totalmente desarrolladas, se lanzaba desde el Petache al agua para repescar algún pez que se había soltado de los aparejos, lo hacía con tal habilidad, que los sujetaba por las aletas para no dañarlos, aunque también es verdad, que cuando aparecían los toliños había que encerrarlo para que el muy bobalicón no saltara tras ellos. 
Otro de los perros que dejaron su impronta en Llanes, fue el llamado Pochi. Pertenecía este animal a Adolfo “El Buzu”, y no era exactamente un perro de aguas, sino una especie de pastor alemán.
Anduvo embarcado el Jesús (El Jesús del Gran Poder), y cuentan de él, que cuando Pochi se encontraba en una pelea con cualquier otro rival, procuraba que dicha pelea se resolviera en el agua, ya que parecía saber que en tierra llevaba todas las de perder, mientras que en el agua ocurría todo lo contrario.
Pochi fue un perro que se calumbaba muy bien, tan bien, que una vez en el puente de Rivadesella, Adolfo estaba hablando con unos amigos, al mismo tiempo que enredaba con un llavero que contenía un buen juego de llaves. Pues bien, en un descuido el llavero fue a parar a la ría, pero Pochi que lo vio, se lanzo sin dudarlo desde el puente al agua, y buceando consiguió sacarlo. Cuentan las crónicas que en aquellos momentos y en ese lugar, la profundidad del agua era de entre 3 y 4 metros. Como premio Pochi fue obsequiado con una buena ración de su plato favorito: bacalao crudo.
Eran perros de una gran fidelidad y con un sentido de la territorialidad y propiedad de lo más acusado y lo demuestra el hecho de que una vez en el puerto de Santander, Adolfo y su tripulación fueron a vender el producto de la pesca dejando a Pochi al cuidado del barco. Tras cerrar el trato, y para celebrarlo, marcharon todos a tomar unos vinos, regresando al barco unas 2 horas más tarde, encontrándose con un gran grupo de personas, en el muelle, allí donde estaban atracados. Al interesarse por el motivo de tan extraña reunión, se encontraron coque eran las tripulaciones de varios barcos que se encontraban abarloados al suyo, y que no podían pasar a sus respectivas embarcaciones, ya que tenían que cruzar por el Jesús, barco que habían encargado custodiar a Pochi, y que por lo visto el perro no estaba dispuesto a que nadie pisara sus dominios.
Si pensamos, siempre siguiendo las crónicas, que los barcos eran 4 ó 5, y que las tripulaciones las componían, en esa época, entre 12 y 14 marineros, no nos equivocaríamos en demasía al deducir que Pochi, en esos momentos estaba controlando a unas 70 personas.
El abuelo de Paco García “Fragarán” era guarnicionero (le llamaban “El  Guarni”), he hizo los aparejos de un xiarré, que había construido Balderrábanos, y en el que se carricocheba, arrastrado por Pochi, su nieto, un “Fragarán” de 4 años, para envidia de propios y extraños.
Adolfo (“El Buzu”), tuvo un perro que respondía al nombre de Turco, y que estuvo embarcado en el Machín y el Chambelena, embarcaciones de las cuales su amo era armador y patrón.
Estos barcos, por su calado y por las dificultades que entrañaba la entrada en el antiguo puerto de Llanes, tenían algunas veces su base en Ribadesella. La costumbre en esa época, era que al entrar por la barra de la Ría, los distintos barcos, como podían ser el Tortón, Gallarda, Marina, Lubina y otros más, avisaban con sus pitidos el tipo de capturas que traían, para que La Rula, a su vez, avisara a los compradores.
Pues bien, Turco perezosamente tumbado en el suelo de la cocina, no hacia el menor caso de todos esos sonidos, hasta que pitaba el Chambelena, cuyo pitido conocía y distinguía sobre todos los demás, saliendo disparado a recibirlo, inclusive antes de que alguno de los mismos marineros lo distinguieran.
No creo que se pueda llegar a decir (como no sea a través de la pasión de su dueño), si unos perros eran mejores que otros. Todos tuvieron un instinto privilegiado y unas particulares aptitudes, rayando siempre en lo increíble, como las que tenía Moro, el perro de Santiago Fuentecilla (“Tiago”).
Moro, que me parece que siempre anduvo embarcado en la Mini Merche, era hijo de una perra que tenían “Los Gurriones”, y de Bleik, un perro listísimo, propiedad de Pedro Conde (“El Patón”).
Este Moro, a bajamar, recorría la Ría de Llanes muy despacín, pisando con suavidad, hasta que conseguía poner la pata encima de un rodaballo. Entonces le hincaba el diente con rapidez, y lo sacaba para depositarle en seco, fuera del agua. Pero… ¡Bendita Santa Ana, cuando se le escapaban! Montaba en cólera y formaba una zapatiesta de ladridos, saltos y chapoteos, dignos de mejor causa.
Una vez, “Careto” y “Tiago”, volviendo de la mar, se encontraron con que Moro estaba de pesca, y que detrás de él iba “Sevilla”, recogiendo los rodaballos que el perro iba dejando. Otras veces era “Manolón”, al que Moro les dejaba las capturas.
Pero Moro no solo pescaba rodaballos, sino que había llegado a tal suavidad, dominio y sofisticación en sus movimientos, que inclusive era capaz de cazar pájaros. Para ello, y con bagamares muy fuertes, el perro se metía en las aguas del puerto y doblando la cabeza de una forma particularmente extraña, dejaba solamente fuera del agua la nariz y los ojos.
Cuando algún pájaro se posaba en el agua, Moro se acercaba muy a él lentamente, quedándose “puesto”, cuando este le miraba, y así seguía hasta confiar al ave. Al menor descuido del pájaro, se arrancaba Moro hacia él en menos de un pestañeo y… ¡Ya era presa!
Aunque este animal, siempre estuvo loco por salir a la Mar, tenía un verdadero problema, y era que de vez en cuando, y sin que nadie supiese el porqué, Moro se mareaba y, cuando esto sucedía, se acurrucaba en lo más profundo de la sentina del barco, y allí tumbado ya no se movía hasta llegar a puerto.
Una vez en tierra, Moro se encargaba de cuidar las cajas de sardinas, y no tocaba, ni permitía que nadie tocara ni una sola. Su premio por ese trabajo, era darle después un puñado de ellas, ya que era uno de sus platos favoritos, las sardinas crudas.
Hubo otros muchos perros mas, entre los que recordamos al que embarcaba “Negrín”, en la lancha La Nuestra, y que respondía al nombre de Gavi. Otro era Fledi, embarcado en la lancha Salerosa, propiedad de su amo Ramón García (“Salero”).
También embarcaba su perro, Gerardo del Valle (“Gerardín”), en su barco Virgen del Rosario, más conocida como La Menta, debido al color verde de su casco.
De estos perros me han contado cosas verdaderamente jocosas, porque realmente sus dueños, fueron o son, personas como nunca podrá haber otras.
Una de esas historias, fue la que se desarrollo en el puente de Ribadesella, que no se que tendrá ese bendito puente que parece que todo ocurra allí. Pues bien, estaban jugando con un perro, tirándole cosas a la Ría para que el animal las sacara, y hasta tal punto se fue animando la cosa, que habiendo empezado por tirarle un palo, terminaron tirándole al agua, una gorra y después una chaqueta. Todo lo sacaba el perro, que también se iba encontrando cada vez más animoso y excitado. Con toda esta folixia, se había formado un corro de interesados espectadores, entre los que se encontraba, parece ser, una abuela con el nieto en los brazos, o una joven mamá con su hijo de pocos meses (en este punto, no se han puesto de acuerdo los historiadores), pero en fin, para el caso es lo mismo. La cosa fue, que en un momento de máxima excitación, el propietario del perro y maestro de ceremonias, se dirigió a la buena señora y le dijo… ¡Présteme el criu, verá como el perru lu saca!
¿Podéis llegar a imaginaros, la cara, el grito y la escapada de la buena señora?
Hasta la vista.
 
;