sábado, 25 de diciembre de 2021 0 comentarios

El Señor de los mares.

 Mora en las profundidades de los grandes piélagos, su andar es tranquilo e incansable, su poder le hace prácticamente ser el “Señor de los mares”, y de esa forma se acerca a las costas con todos sus sentidos perfectamente sincronizados, mientras su gran aleta caudal parte la mar impulsándole hacia delante. No se hunde, se mantiene volando sobre el abismo, mientras sus dos grandes aletas pectorales abiertas a cada lado de su poderoso cuerpo le proporcionan la sustentación necesaria para que su media tonelada de peso quede prácticamente reducida a la nada.

Nació hace cuatrocientos millones de años, y desde entonces, mucho antes de que se formaran las grandes cordilleras del Himalaya, los Apeninos, los Alpes y los Andes, este viejo ser ya estaba surcando todos los mares de la Tierra.




En todos y cada uno de los ámbitos de la vida, cuando un diseño es perfecto no necesita cambios ni mejoras, y prevalece a través del tiempo como ha prevalecido este animal, cuya forma y sentidos le han sido los más idóneos para vivir en el hábitat en que lo colocó la sabia Naturaleza.

¿Por qué el hombre se muestra tan arrogante y orgulloso al juzgar todo aquello que no es como él?… ¿Por qué queremos siempre analizar otras “inteligencias” comparándolas con la nuestra y prejuzgando que la que poseemos es la más importante y perfecta?… ¿Qué es la única?

No nos damos cuenta de que seres como este no necesitan nada más que lo que tienen y lo que son para ser perfectos., para estar en el primer lugar de todos los depredadores de la Mar… ¡Es magnífico!

No necesitan la vista del águila para ver la pieza a largas distancias en los brillantes cielos, ya que él no se mueve en ese ambiente, él se desliza por las oscuras profundidades de la Mar, pero detecta ruidos a varios kilómetros de distancia. Pero no es una tragedia… ¿O acaso el halcón vería mejor que él a tan solo un metro de profundidad? No necesita el olfato de un perro de caza, pero es capaz de detectar un volumen de sangre en mil de agua, ya que puede “oler” la Mar a cientos de metros a su alrededor.

En fin, no ha cambiado su forma básica en millones de años, por eso los humanos lo determinamos como un animal primitivo, algunos odiándolo y la mayoría temiéndolo, pues su forma de vida choca violentamente con la nuestra. Hombres de culturas muy diferentes a la nuestra, lo han adorado como a un dios, mientras otros lo han temido como a un verdadero y terrorífico demonio.

Los ingleses le llaman “shark”, los franceses “requin” (¿Quizá por réquiem, la misa de difuntos?), y para los españoles es el tiburón.

¿Pero cómo podemos llamar primitivo a un ser que posee todo lo preciso para ser por designio natural un depredador extremadamente eficaz dentro del difícil y agresivo medio en el que habita? Al tiburón se le teme, pero no se le odia, ya que en el fondo se le respeta hasta el borde de una fina línea que nos separa de la más pura admiración.

Es la criatura que cuenta con menos amigos, hasta tal punto que los grandes machos se mueven en solitario, e inclusive cuando se mueven en grupo, los tiburones procuran estar entre los de su mismo tamaño, ya que, si no, los más pequeños corren el peligro de ser devorados por los más grandes.




Cuando el hombre se encuentra con él, esta relación se produce en un ambiente en el que el humano es un intruso, y entonces se revela, ya que en ese momento no domina la situación y por eso, esa misma rebeldía nos lleva a llamarle asesino, cuando su reacción, en su propio ambiente, no sigue los cánones que nosotros hemos implantado en el ambiente de nuestro entorno.

Decimos que no es inteligente, porque no hemos conseguido como hemos hecho con otras especies marinas que nos sirvan como colaboradores, o que nos entretengan como “payasos de circo”, pero… ¿No será que su carácter e “inteligencia” no se dejan impresionar por la del hombre y por eso no le hace ni caso? Eso nos humilla y nos duele… ¡No lo podemos tener bajo control

Le llamamos imprevisible, pues su forma de actuar nos coge casi siempre de improviso, pero la culpa es nuestra, pues no sabemos nada de este magnífico animal, y cuando burdamente intentamos conocerlo, nos asombramos que comportamientos existenciales que le han permitido vivir durante cuatrocientos millones de años sin cambios aparentes, choquen con ideas que hemos conseguido desarrollar en tan solo cien años.

¿Qué ser viviente es capaz de detectar los más mínimos cambios de intensidad en el campo eléctrico que le rodea?… ¿Qué sabemos de órganos sensoriales que cubren su cuerpo, y que de una manera inefable le revelan con gran rapidez y precisión el lugar exacto en el que se encuentra su presa?… ¿Podemos llamar primitivo a este ser?

El hombre en su impaciencia y en los últimos mil años, ha cambiado violentamente en nombre de una inteligencia que teóricamente le ha permitido vivir mejor, un entorno que tiene como suyo, pero pagando como un alto precio la destrucción de su propio ambiente, y la aniquilación de especies, de una forma irreversible, mientras que el tiburón se pasea por un mundo inmutable y con una “inteligencia primitiva” que le permitirá continuar como hasta ahora.

Tal y como el científico marino Dale Copps dice: “Solo hay que preguntarse: De las especies hombre y tiburón… ¿Cuál es la inteligente y cuál es la estúpida?”

 

 
;