sábado, 26 de noviembre de 2011

EL GALEÓN SAN ROQUE

Durante el Siglo XVII, se llevó a cabo la reconstrucción y modernización de la flota española, y el astillero de la Habana se convirtió en el mas importante de su clase, hasta tal punto, que supero con creces a sus homólogos de El Ferrol, Guarnizo, Cartagena y La Carraca, tanto por la calidad, como por la cantidad de sus construcciones, pues llegó a producir la tercera parte de las necesidades de la Armada.

Aparte de las cualidades y conocimientos técnicos de los constructores, la fama de la mencionada calidad de estas barcos, fue también debido a las excelentes propiedades de los materiales usados, debiendo hacerse mención especial en las maderas empleadas, procedentes de los abundantes bosques, de la zona, y entre las que podemos citar el “sabicú” y el “jiqui”, excelentes para la fabricación de las arboladuras, así como las “caobas”, “guayacán” y “caigüeran” (madera tan dura que la apodaban “quiebra hachas”), que no tenían rival en la construcciones de sus cascos.

Los buques construidos en los astilleros cubanos, llegaron a adquirir tan sólida fama a nivel mundial, que el Rey Carlos III decidiera que su embarcación personal fuera construida en esa isla.

De los astilleros de Cauto Bajo, de esta colonia americana, fueron botados buques legendarios como el Santísima Trinidad (el más enorme de los buques jamás construidos) o el Nuestra Señora de Loreto, llegando hasta tal punto la producción de este tipo de barcos, que de los doce grandes buques con los que contaba la Real Armada, siete de ellos salieron de estas atarazanas, demostrando a la entonces potencia enemiga, como era Inglaterra, la superioridad española en esos momentos, pues sus barcos eran los más grandes y poderosamente armados de su tiempo.
La palabra atarazana, deriva del árabe hispánico ädár assán´a, y la podemos traducir por taller o astillero

Otras embarcaciones construidas en los astilleros cubanos, con sus propias técnicas pero  bajo las enseñanzas de los maestros españoles, y con la intervención de constructores criollos, fueron el San Roque, el San Pedro, y el San Rafael.  

Un hecho poco conocido, indisoluble y muy vinculado a la Historia General de España y en particular a la de Cuba, es el que se refiere a la importante ayuda que recibieron los americanos en su Guerra de la Independencia ante Inglaterra, y que tuvo lugar en los astilleros de La Habana, donde por instancia e influencia de influyentes criollos, muchos de los barcos que actuaron en esta guerra, fueron reparados y avituallados en puertos cubanos, contribuyendo de esta solidaria forma a la liberación de los estadounidenses.

Pero volvamos a nuestro San Roque.

Este barco, podríamos incluirlo en el tipo de galeones, buques de bordo alto e impulsados solamente por las fuerzas del viento, los cuales fueron en un principio mercantes, pero que a raíz de los sucesos que se estaban desarrollando en esa época, terminaron siendo fuertemente armados para poder defenderse de los piratas, principalmente ingleses, que los acosaban en sus viajes, no con tanta potencia de fuego como los navíos de línea, pero ya con una capacidad defensiva importante. Y digo defensiva, porque evitaban el combate siempre que podían, por motivos fácilmente comprensibles, y por regla general nunca lo iniciaban.

Del San Roque, se cree que tendría un desplazamiento entre 200 y 220 toneladas, por lo que se supone que no era de los mayores, ya que los hubo de 300 y 400 toneladas, y algún escaso ejemplo de 600 toneladas

Estuvo el San Roque integrado en una de las llamadas Flota de Indias, que saliendo desde Sevilla en convoy, una vez al año, se dirigían a recalar en la isla Dominica o La Martinica, donde hacían aguada y víveres, y a partir de ahí se hacia la separación de los buques. La Flota de Tierra Firme se dirige a Cartagena de Indias, en la actual Colombia, y a Nombre de Dios y Portobelo, en la actual Panamá, mientras la flota de Nueva España, marcha hacia Veracruz.
Los buques que se dirigían a las Grandes Antillas, Honduras y Yucatán, zarpaban en el momento que cada capitán creía oportuno.

Una tercera ruta era la que unía Manila en Las Filipinas y  Acapulco en Nueva España, el actual México.
Para proteger los intereses económicos, tanto de la Corona como de los de la nobleza, comerciantes y particulares, ante los acosos de piratas y corsarios ávidos de las riquezas transportadas, Carlos III decidió emitir una norma que fue una de las de  mayor interés y era una Real Cédula de 1542 por la que “los buques procedentes del caribe y Nueva España, salgan de allí “viniendo en flota”.
Así “viniendo en flota”, o lo que es lo mismo viajando en convoy, era mas fácil su protección y defensa ante los ataques de piratas y corsarios

Llevaba el San Roque, como componente de la Flota de Indias en su viaje de ida desde la Península, fundamentalmente alimentos, aperos de labranza y manufacturas. Entre los alimentos se lleva trigo, legumbres, aceite, vinagre, azúcar y vino, aunque posteriormente se enviaron vides para plantarlas en las Colonias.
 Para fomentar la agricultura y la ganadería se envían aperos en general, semillas, plantones y ganados, y como manufacturados, se llevan paños, sedas, ropas, vidrios, cuchillería, herramientas, libros, etc.

En el tornaviaje, todos los barcos que iban a formar parte del convoy se reunían en La Habana, desde donde partían para pasar cerca de Las Bermudas, uno de los pasos mas peligrosos entre islas,  para luego arrumbar hacia el paralelo 38, en busca de los vientos de Poniente, y enfilar hacia las Azores, donde se hacia escala, con abastecimiento de víveres y agua, y obtener información sobre la presencia de corsarios en esas aguas. Se arrumbaba después hacia la costa del Algarbe y el Cabo de San Vicente, y desde allí se ponía proa al abra del Guadalquivir, para seguir viaje hasta Sevilla (posteriormente el viaje terminaría en Cádiz).

El transporte hasta la Península de las riquezas de los Virreinatos Españoles en América, era toda una serie de productos que consistían en plata (Virreinato de Nueva España) oro (Potosí- Bolivia), esmeraldas de Nueva Granada, perlas de Margarita, tabaco, quina cochinilla, añil, palo del Brasil, cueros, pieles, los preciados tejidos de vicuña, maderas y un sinfín de productos típicamente americanos, que se suponía terminaban en las arcas de la Corona de Castilla.

Además y junto a las remesas propias de la Corona, la flota transportaba el “quinto real”, un impuesto del del 20 por ciento sobre los metales preciosos y los envíos de los particulares.

La humilde patata, se traía al principio de Nueva España, como planta ornamental, pues se puso de moda su pequeña y delicada flor para las solapas de los caballeros y los tocados de las damas, y no fue hasta algo más tarde cuando se dieron cuenta del potencial alimenticio de este tubérculo y de las hambres que posteriormente llegó a paliar.
A España llegó la patata hacia 1570, pero no fue hasta entrado el siglo XVIII y a partir de ciertas producciones marginales, que se empieza a valorar su poder nutricional adquiriendo progresivamente cierta importancia en el transcurso de 200 años.

También se negoció con esclavos, pero eso es otra historia.

Entre el periodo comprendido entre los años 1521 al 1600, se calcula que los metales preciosos traídos “legalmente” a España por la Flota de Indias, puede cifrarse en unas 97.000 toneladas de plata y unas 17.000 toneladas de oro.
Vayan ustedes a saber lo que llegó “ilegalmente”, ya que se calcula, que en los galeones se transportaba de “matute” o contrabando una cuarta parte de su capacidad de carga.

Estas sobrecargas, fueron también condicionantes para que los buques fueran presas de las mares bravas que ocasionaron tan grandes pérdidas, pero siendo conscientes que arribaban a España infinitamente más tesoros de los que se perdían.

Somos el país con mas riquezas sumergidas en todo la historia de la humanidad.

Toda esta ingente riqueza, al llegar a España fue dilapidada por cubrir los gastos de las guerras que manteníamos (sin hablar de las generalizadas corrupciones a todos los niveles), y pagar los enormes intereses a los prestamistas holandeses y genoveses que habían adelantado el dinero.
Esta situación quedó jocosamente plasmada en los burlescos versos del gran Francisco de Quevedo (Francisco Gómez de Quevedo Villegas y Santibáñez Cevallos), cuando escribió:

Nace en la Indias honrado
donde el mundo le acompaña;
viene a morir en España
y es en Génova enterrado;
y pues quien le trae al lado
es hermoso aunque sea fiero,
poderoso caballero
es Don Dinero

En el año de gracia de 1605, cuatro galeones procedentes de Veracruz que se dirigen hacia La Habana con el fin sumarse al convoy que partirá rumbo a España, son atacados por un corsario holandés. Esta escuadrilla, está compuesta por los navíos, el San Roque, como nave capitana, el Santo Domingo, el Nuestra Señora de Begoña y el San Ambrosio

Se apiñan los cuatro barcos para navegar en conserva y para poder hacer mejor frente a su enemigo, al que consiguen mantener alejado durante cerca de dos días mientras de desvían hacia el SE en busca de Camagüey, en la costa occidental de Cuba, en cuyas aguas esperan encontrar fuerzas amigas.

Al segundo día son sorprendidos por un violento huracán, que los arrastra en dirección S hacia Jamaica. Pese a violencia de los vientos y la bravura de la mar, consiguen mantenerse los barcos unos a la vista de otros, a costa de tirar a la mar los cañones y algunas anclas, sin sospechar que ese va a ser lo que les unirá para siempre  en un fatal desenlace.

Entre América Central y Jamaica, se encuentran los peligrosísimos Bancos Serranillas, y hacia tan nefasto lugar, los arrastraron los inmisericordes vientos, arrojándolos sobre las descarnados fondos donde embarrancan los navíos uno tras otro, destrozando sus cascos, abriendo las cubiertas y rindiendo sus arboladuras.

Heridos y agotados hasta perdidas casi todas sus fuerzas, pocos fueron los supervivientes de tamaña tragedia que pudieron llegar hasta la isla de San Andrés.

Sin noticias de estos barcos, y sospechando lo que podía haber ocurrido, unas balandras de auxilio se dedicaron a rastrar la zona hasta que localizaron a los náufragos, que les contaron minuciosamente los sucesos acaecidos, pero sin poder marcarles las posiciones en donde podían haber quedado los pecios.

Sesenta años, estuvieron los españoles intentando encontrar y rescatar los ricos cargamentos de los buques, pues solo en el San Roque se transportaban dos toneladas de oro y nueve de plata

Cerca de la isla colombiana de San Andrés, ya esta confirmado que la flota de galeones llamado “Las Córdobas”, y compuesta por los galeones San Roque, Santo Domingo, y Nuestra Señora de Begoña, tienen grandes cargas de oro y plata del Perú.

Durante mucho tiempo, se conto que allá por los alrededores del año 1610, un naufrago que respondía al nombre de Simón Zacarías, encontró en una isla desierta, a la que llegó tras la pérdida de su barco, parte de un tesoro y los restos de la capitana San Roque, en cuyo interior enterró el mencionado tesoro, dejando para la posteridad el mapa que hizo de lo que sería la verdadera “Isla del tesoro”.
Pero ya sabéis…. ¡Leyendas de marinos de la época!

Y de esta forma, acabo su marinera vida, uno de los más activos galeones de la Armada Real Española que durante muchos años abrió con su proa las aguas de la Ruta de las Indias Occidentales.

No hay nada comparable a la oscura y fría soledad de la tumba del marino



                                                                                      Barcelona, a 7 de Febrero del 2011

                                                                                              Fernando Suárez Cué

0 comentarios:

Publicar un comentario

 
;