Uno de los mayores atractivos, que para mi tiene este demoniu planeta nuestro, es sin duda la mar y todos sus periféricos (como dirían los informáticos), o sea, barcos, marinerías, leyendas y palabras. Por eso, y como siempre ando espatuyando en ese mundo y leyendo todo lo que sobre el tema cae en mis manos, hay veces que te encuentras con palabras que cuando las vas siguiendo, hasta lo que podríamos determinar como sus etimologías, te encuentras con cosas curiosas. Esto me ocurrió con esta que os presento y que voy a intentar explicávoslo.
Como todos podemos imaginarnos, una de las mayores tropelías que se podía – y se puede – hacer en la mar, es la de engañar a los barcos, que por un motivo u otro, sobre todo debido al mal tiempo, se acercaban a la costa en demanda de un puerto para su refugio, con el fin de hacerlos embarrancar y así lanzarse al despojo de barcos y náufragos, pasando a cuchillo a estos últimos para no dejar testigos que los pudieran envolver en quejas y reclamaciones.
La palabra de origen alemán WRACK , que en si quiere decir “barco naufragado o resto de naufragio”, derivó fonéticamente al español, como RAQUE, que según la Real Academia Española de la Lengua, es el “acto de recoger los objetos perdidos en las costas por algún naufragio o echazón, que por cierto, echazón es la ”acción y efecto de arrojar al agua la carga, parte de ella u otros objetos pesados de un buque, cuando es necesario aligerarlo, principalmente por causa de un temporal”. Hasta aquí podríamos decir, en líneas generales que todo es legal y éticamente realizable, pues “lo que hay en la mar, es del que lo encuentra”, ya que en un principio las gentes de la costa que veían un barco en apuros, lo que procuraban ante todo era en su salvamento, recogiendo, en el caso de naufragio, todo aquello que fuera aprovechable antes de que la mar se lo llevase para siempre.
Con el tiempo, algunos desaprensivos pensaron que naufragaban menos barcos de los que ellos deseaban, y que provocando sus naufragios, el botín a recoger seria bastante más sustancioso que si lo dejaban todo en manos del Todopoderoso Océano, ideando para ello sistemas diferentes, como el encender luces en la costa para lograr confundir a los barcos que pensaban encontrarse ante algún faro o farola que les indicaba la entrada en algún refugio, u otro sistema mas sofisticado que consistía en pasear a lo largo de la costa unos bueyes que portaban unos fanales, que con el movimiento de los animales al andar y por lo tanto el balanceo que le daban a las luces, hacían creer a las tripulaciones que entre ellos y la tierra se encontraba otro barco, por lo que no pensando en que les acechase ningún peligro, se acercaban a la costa , donde les estaban esperando los peligrosos bajíos que desencadenaban la catástrofe, ansiadamente esperada por los piratas de la costa. Estos desalmados que se dedicaban a “andar al raque”, se les denominó, por derivación de la palabra original raqueros.
También se llamaban raqueras a unas embarcaciones de eslora media, pero de poco calado que iban armadas con una colisa, o lo que es lo mismo, un cañón, por lo regular de grueso calibre, que se montaba en la crujía de la embarcación sobre una cureña sin ruedas y que se desplazaba a lo largo de esta, se dedicaban a ejercitar el contrabando y robar o piratear por las costas del Canal Viejo de Bahamas. Las tripulaciones de estas embarcaciones portaban además algunos fusiles, machetes y hachas de abordaje para el “buen ejercicio de su oficio”. Tuvieron su apogeo entre la mitad del Siglo XVI y finales del XVII. Es en esta época cuando aparece, como ya hemos dicho, la derivación fonética entre la palabra alemana wrack y la palabra española raque, pues había una importante cantidad de piratas holandeses y alemanes, mezclados con hispanos, tanto en los puertos donde acostumbraban a recalar para abastecerse de víveres y pertrechos, como en las mismas tripulaciones, que se alimentaban de personas de distintas nacionalidades, siempre y cuando se juramentaran en las Leyes de la Compañía.
Gracias a Dios, hay en día ya no existe este tipo de “trabajo”, por lo menos en nuestras costas, y queda la palabra raquero o raquera (que de todo hay en las mares del Señor), para determinar a aquellos rateros o rateras que se dedican a pequeños hurtos en puertos y barcos.
Entre las gentes de la costa, ha aparecido otra acepción de la palabra raquero, como la de la persona maleducada, ordinaria, chillona y malhablada. En fin, un encanto.
Barcelona, a 20 de Febrero de 2000
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