jueves, 29 de diciembre de 2011

¿Porque la Mar es salada?

Me encontraba una plácida mañana, de un maravilloso dia de un verano del siglo pasado, tomando “las 11” en la Casa del Mar, cuando aparecieron Cote y Ramón y me preguntaron... Fernandín... ¿Por qué la mar es salada?.
            Sin darme tiempo a contestarles, empezaron las discusiones entre los presentes, aunque en defensa de la verdad,  creo que el que acertó de pleno fue Tiquiano (La Nutria), que nos explico la teoría de las aguas dulces de los ríos y sus arrastres de tierras salitrosas hasta los Océanos.
            Se que estos amigos ya han recibido un escrito que habla del tema con gran seriedad, pero yo investigando, investigando, me he encontrado con esto que os voy a contar y que creo es  la mas fantástica realidad.

            Hubo un tiempo, hace muchos, muchísimos años, cuando todas las aguas del Planeta eran dulces, y todavía los animales marinos salían a la tierra para ver sus maravillas y los animales terrestres bajaban a las profundidades del mar para contemplar los tesoros que allí existían, habitaba en las profundidades de la Mar, frente a las costas del Norte, Abasconte, el señor de las profundidades, en donde tenia su enorme castillo que ocupaba en compañía de su hija , la bellísima y dulce princesa Ondalina, alegría de su vida y de su reino, ya que tanto el Rey como la Princesa vivían pendientes de las necesidades y bienestar de sus súbditos. En fin que el Reino era feliz, alegre y próspero.

            Pues bien, un día que Abasconte, estaba visitando una parte de su reino, un velocísimo toliñu, le trajo la mala nueva de que su hija había sido raptada por el malvado rey Turbónico, señor de las altas, frías y grises tierra que se encontraban cerca de su marino reino, con el fin de desposarla con su hijo Muescón
           
           Hundido en la tristeza y la desesperación, se acercó el Rey a la costa, con todas sus huestes, con el fin de intentar localizar al raptor, pero al ver su castillo tan lejos y tan alto, dando un fiero grito lanzó al aire su terrible fitora, la cual al caer golpeó a una osa que estaba bebiendo agua de una ría, cayendo sobre ella una terrible maldición, que convirtiéndola en piedra, la condenaba para siempre a estar vigilando la entrada de esa ría, hasta que todas las cosas volvieran a la normalidad y la bella Ondalina, regresara a la playa submarina de Abascal, donde se encontraba el castillo de su padre el Rey.
            Pasó el tiempo, mientras Abasconte, en su obsesión, enviaba una tras otra, poderosas olas contra la tierra para ver si lograba que el pico donde se encontraba el castillo del malvado Turbónico se desplomara hasta la mar, donde seria destrozado por las fuerzas enviadas por Abasconte. La verdad es que no lo logró, pero el límite entre la tierra y la mar, quedó modelado en grandes acantilados, de los que con el tridente, el furioso Rey, desgarraba grandes peñascos que dejaba solitarios cerca de la costa.
           
           Siguió pasando el tiempo, hasta que un día un travieso y simpático pulpo, de nombre Guruñín, se encontró, sin quererlo, con Sablónidas , un pescador que estaba paseando por una playa cercana a la pequeña Villa marinera en donde habitaba.
           
           Al darse cuenta de la tristeza que embargaba al pulpo, el marinero le preguntó ...
        
           ¿Qué te pasa chachu, que llevas esa cara?.
           El pulpo le contó toda la triste historia, a lo que el pescador le contestó diciéndole. “No te preocupes, vete a presencia de tu Rey y dile que estoy en situación de ayudarle, pues conozco el lugar en donde tienen retenida a su hija, la princesa Ondalina, y la voy a rescatar”.
           
           Enterado el buen Abasconte de tan maravillosa oportunidad, engancho a su carro 100 enormes toros marinos y rápidamente fue al encuentro del humano a una playa cerca de su casa,  convirtiendo en piedra a algunos de dichos toros, para que nadie pudiera hacerles ningún daño mientras vigilaban esta entrevista
           
           ¿Qué necesitas para salvar a la princesa?, preguntó el nervioso Rey.
           
           Sablónidas le contesto diciendo, - “Solo necesito una gran y negra nube que ciegue los ojos de Turbónico y mucho ruido para que ninguno de sus sicarios me oiga llegar”.
            Así lo hizo el Rey, enviando una espesa nube que cubrió los picos donde se erigía el castillo de su enemigo y una furiosa galerna que ensordeció a todo ser viviente en muchas leguas a la redonda.
           
            Empezó el ascenso a las altas cumbres el valiente pescador, guiado por dos enormes gaviotas, llamadas Balloteria y Palopoonia, que el poderoso Señor de la Mar le había enviado para que le acompañasen, ya que a estas bellas aves ni les cegaba la nube ni les asustaba el ruido de la mar, con lo cual nuestro héroe consiguió llegar a Turbinia, el reino del malvado Turbónico y sin grandes complicaciones rescatar a la princesa, aprovechando que todo el mundo, muerto de miedo se habían escondido en lo mas profundo de los sótanos del castillo.

            Cuando dejaron a la princesa en los brazos del feliz Abasconte, tan grande fue la alegría del Rey, que se olvidó de todo lo que no fuera estar con su hija, hasta tal punto, que no pensó en desencantar a la infeliz osa de la entrada de la Ría ni a los magníficos toros de la playa, donde todavía se pueden ver convertidos en piedra.

            Pasadas las Fiestas en el Reino, para celebrar el regreso de la Princesa, el ahora feliz y agradecido Rey, mandó llamar a su presencia al valiente Sablónidas, y le dijo:
Por tu valor, te concedo lo que quieras... ¿Pide!. A lo que el pescador contestó. “No necesito nada Señor, tan solo si pudieras aligerarme de un trabajo que debo hacer y que es muy, muy pesado para mí”.
           
           ¿Qué trabajo es ese?, preguntó el Rey.
           
           “Pues veras, poderoso Abasconte, cada luna mucho debo andar en un largo y penoso viaje para llegar a lejanas tierras, en busca de sal para mi familia y para la conservación de mis capturas, ya que sin la sal los alimentos no saben a nada y las piezas no se pueden conservar por mucho tiempo”.
           
           ¿Remediarlo es fácil!, dijo el Rey, y le regaló un mágico molinillo capaz de moler toda la sal que le pidiera.

            Marchó Sablónidas encantado, pues ese regalo fue la fortuna y prosperidad, no tan solo suya y de su familia, sino de toda la Villa, ya que el buen marinero molía sal para todo aquel que lo necesitara.

            Pero la historia no acaba aquí, y aunque para Sablónidas y su familia, tuvo un final de ...” fueron felices y comieron perdices” ..., no lo fue para un convecino, envidioso y ruin, de nombre Bufotiustón, que en un descuido de su propietario,  robó el mágico molinillo y embarcándose en su lancha, marchó hasta la cinta de la mar para poder moler toda la sal que quisiera sin que nadie le viese.

            Mas e aquí, que el malo de Bufotiustón no conocía las palabras mágicas que hacían detenerse al molinillo en su trabajo, por lo que este siguió y siguió moliendo sal, hasta llenar de tal forma la lancha del ruin ladrón que termino hundiéndola por el peso de la misma, arrastrando todo su contenido, incluidos el infame Bufotiustón y el molinillo, hasta el fondo de las frías y oscuras aguas de la Mar.
           
           Hoy en día, si en una tranquila noche de luna llena, con la mar como una poza  y cuando todo esta en silencio, nos acercamos a  Punta Jarri y prestamos mucha atención, podremos oír un rítmico y extraño sonido que llega desde el fondo de la mar. ¡Es el molinillo que todavía  sigue y sigue moliendo sal.!.   Por eso, mis queridos amigos...    ¡LA MAR ES SALADA!.


                                                                                Barcelona, a 27 de Diciembre de 1999


                                                                                             Fernando Suárez Cué

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