Si dejamos a un lado las áureas velas de los modernos yates navegando entre verdes islas caribeñas, cuyas palmeras hundiendo sus raíces en límpidas playas de blancas arenas, balancean suavemente sus ramas sobre las tranquilas y transparentes aguas de turquesíno color -¡Concho!. Me ha quedado una frase preciosamente cursi. – podemos adentrarnos un poco en lo que era la vida a bordo de un navío de los que durante la segunda mitad del siglo XVI y los siglos XVII y XVIII, unieron España con los territorios descubiertos al otro lado del “charco” y nos fijaremos en particular, en aquellos enormes “monstruos”, que en su tiempo fueron los galeones.
Todo comenzó gracias a los árabes, que tradujeron y por lo tanto
conservaron para la posteridad las obras de los matemáticos de la Grecia
Clásica, sobre astronomía, los conocimientos, aunque aún no muy exactos, sobre
la latitud y el desarrollo de ese gran invento náutico que fue el astrolabio.
Estos barcos acostumbraban a portar animales vivos, que ubicaban en lugares preparados para tal efecto, como por ejemplo era el construir sobre el cuartel de las escotillas de proa, la cochinera, el gallinero o el encerradero de ovejas. Las vacas, se colocaban en el interior de una de las cubiertas inferiores y su destino, como el de las ovejas o cabras, era el de proveer de leche fresca hasta que se agotaran, pasando inmediatamente a ser sacrificadas para carne. A las gallinas les ocurría otro tanto en cuanto dejaban de poner huevos.
Cuando se mataba un cerdo, los marineros recibían una parte de él no muy grande, enviándose el resto a la cámara. En cuanto a los animales pequeños, como las gallinas o los pollos o patos, ni los probaban.
¡Jamelgo, jamelgo! ¿Qué haces ahí?
De la cantera a la punta del puerto
he acarreado piedras medio muerto.
Cuando conmigo acabó tanto abuso,
me salaron para darme uso
en la gaveta del marinero.
Y él ahora maldice mi salero,
taja mi carne, roe mis huesos
y tira el resto de mí al infierno.
Los marineros hacían cola en las letrinas situadas a proa lugar donde más se mueve el barco, para hacer sus necesidades, y que consistía en colocarse en un precario equilibrio sobre un tablón agujereado que se colocaba suspendido sobre la mar. Los personajes de popa usaban, para estos menesteres, los llamados jardines, que consistían en unas garitas exteriores y voladas que portaban a ambos costados de la popa, con puertas a cubierta o a las cámaras y que tenían una tubería de desahogo que llegaba hasta la línea de flotación. Algunas estaban bellamente adornadas, integrándose en la decoración del espejo de popa.
El comandante y los pasajeros ricos, también empleaban bacines y bacinillas, que sus criados se encargaban de limpiar, y que estaban bajo el mando de un curioso personaje que tenia el título de capitán de jardines.
¡En fin! La verdad es que entre todos ellos, no se puede negar, que contribuían y realmente conseguían que la higiene del barco fuese bastante nefasta.
Una curiosidad cultural de la época, es que se asociaba al agua dulce con ciertas enfermedades extrañas, por lo que se usaba para beber y en un contexto higiénico, únicamente para lavarse las manos y la cara; y como por otro lado, tanto el capitán como la tripulación estaban obligados a dormir vestidos, nos encontramos con que no se cambiaban de ropa durante el tiempo que duraba la travesía, que en el mejor de los casos era de dos meses, por lo que creo que ... ¡Sobran comentarios!.
No recuerdo, que almirante de la escuadra española, dijo refiriéndose
a las galeras de su tiempo, que... “antes
de verlas se las podía oler”. Con estos galeones podría ocurrir tres
cuartos de lo mismo.
Otra curiosidad cultural de esa misma época, era que los marineros estaban obligados a preparar su alma antes de zarpar, por lo cual, y bajo previo pago voluntario, se les obligaba a confesar y comulgar. Por cierto, y por existir esa costumbre, no era extraño que entre la tripulación que les acompañaba, se encontraran que también estaba enrolado algún Santo, que al final entraba en el reparto de la paga como un marinero mas, paga que iba destinada a la parroquia de la que el Santo provenía.
Por ser un incendio a bordo, una de las catástrofes mas terribles que podían ocurrir en un barco del tipo que nos ocupa, los marineros que acostumbraban a tomar tabaco de humo – ya que a cada tripulante, además del peine y la liendrera, se le hacia entrega de una pipa y tabaco – estaban supeditados a unas estrictas normas, que podían ser castigadas con seis días a pan y agua y cargados de grilletes, si se les encontraba fumando en cualquier lugar que no fuera junto al palo trinquete y al lado de una tina con agua. Por supuesto estaba terminantemente prohibido el fumar de noche o durante las horas de oración.
A las mujeres que viajaran con sus maridos, se las protegía con un estricto control, y las viudas eran prácticamente inaccesibles por estar marcadas por la estricta moral de
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