lunes, 10 de julio de 2023

La fragata "Magdalena"

 

La fragata “Magdalena”

 

Antes de empezar a hablar de nuestro buque, debemos fijarnos en lo que es una fragata.


                                                     Fragata española (1700)

Aparece este tipo de velero de guerra, en todas las marinas a finales del siglo XVII.

En esa época, y para defender las posiciones y “Territorios de Ultramar”, ya no eran suficientes los grandes buques de línea, más necesarios y casi imprescindibles en los grandes combates navales, sino que se buscaba un nuevo tipo de barco, que tuviera una gran robustez, que contara con un gran poder ofensivo, y que, sobre todo, fuese muy obediente al gobierno, y por lo tanto más maniobrero y rápido que los grandes navíos.,

Bajo ese criterio se concibió la “fragata”, siendo por lo tanto un navío de los llamados de “menor porte”, con una sola batería e impulsados por un aparejo similar al de los grandes navíos: tres palos, todos ellos con velas cuadras, excepto la cangreja que portaba el palo de mesana.

Empezaron desplazando de 200 a 300 toneladas, e iban armadas con 30 o 40 cañones, para posteriormente aumentar sus dimensiones hasta las 800 y 1200 toneladas, terminando, ya entrado el siglo XIX, en sobrepasar las 1500 toneladas de desplazamiento, convirtiéndose, por lo tanto, en las principales unidades de cualquier Armada.

Fue esta una fragata que con el nombre de “Santa maría Magdalena”, fue botada en los Reales Astilleros de Esteiro (El Ferrol), en el Año de Gracia de 1773.

Muchas fueron las vicisitudes que esta nave atravesó durante su no muy larga vida en activo, encontrándonos con ella en el año 1779, que junto a dos navíos y cuatro fragatas componían una escuadra que, bajo el mando de Don Antonio Ulloa, estaban destinadas al corso en aguas de la “Isla Tercera”.

Esta “Isla Terceira” (cuyo nombre hace referencia a que fue la tercera isla en ser descubierta), y junto con las otras ocho islas, islas volcánicas, “Santa María”, “São Miguel”, “Graciosa”, “São Jorge”, “Pico”, “Faial”, “Flores” y “Corvo”, forman el Archipiélago de las Azores, que aunque estaban bajo la Férula de la Corona de Portugal, eran deseadas por Isabel I de Inglaterra como una magnifica posición para ser utilizada como base de partida para las campañas piráticas contra las naos españolas de la Carrera de Indias, y por nuestro Rey Felipe II, como lugar de estacionamiento de la Armada de Guarda y Defensa de esas naves, y como punto de escala, aguada y aprovisionamiento de los galeones, que solos o en convoy, venían del Nuevo Mundo,

En fin, que las Azores son en resumidas cuentas y tanto para “tirios como troyanos” eran la llave de la navegación desde las Indias Occidentales a la Península Ibérica.

De regreso de esta misión y estando bajo el mando de Don Pedro de Leyva, desde la ” Magdalena” fue avistado sobre el cabo San Vicente un “lugre” corsario de bandera inglesa. Advirtiendo que el corsario enarbolaba excesiva vela, y por lo cual su captura iba a ser prácticamente imposible, si se daba a la fuga, se le ocurrió a Don Pedro un ardid que consistió en meter dentro toda la artillería de la fragata y ocultar a la mayoría de los marineros, dejando solo a la vista los suficientes para que, posteriormente, al maniobrar como un mercante provocara la confianza al mismo tiempo que la avaricia del inglés.

Efectivamente, tal como el comandante español esperaba, el lugre cayó en la bien montada trampa, acercándose confiadamente hasta ponerse a tiro cañón.

 

 


 

Cuando la fragata asomó su artillería, advirtió entonces el inglés su error y de forma desesperada intentó darse a la fuga, lo cual resulto totalmente inútil, porque la pronta maniobra velera de la fragata con toda su fuerza alcanzó pronto al corsario, mientras su artillería comenzaba a hacer fuego, de tal forma y precisión, que, a la primera andanada, rindió a dicho corsario, que resultó ser un barco de 10 cañones y 4 pedreros, de nombre “Duke of Cornualles”.

En el año 1805, la encontramos navegando junto al navío “Terrible”, de 74 cañones, y el “España” de 64 cañones en rumbo hacia La Martinica, para unirse a la fuerza combinada del almirante francés Pierre Charles Jean Baptiste Silvestre de Villeneuve, y varias unidades más bajo el mando de Federico Carlos Gravina y Nápoli.

En ese transcurso, el navío “Terrible”, adelantado al resto de los buques, por ser el más velero y rápido, se encuentra, según va llegando la luz del alba, con dos barcos corsarios ingleses que se le habían puesto a tiro de cañón.

Empieza el Combate y la fragata “Magdalena”, se les acerca con gran ligereza, colaborando a la captura y posterior quema de los corsarios, ya que como orden tenía la de… “sin más orden ni recomendación que la de acudir prontamente donde tuviera lugar el combate”. Se hacen prisioneras a sus dotaciones, e interrogadas, se sabe por medio de ellas, que los dos corsarios son el bergantín “Lord Nelson”, de 12 cañones, con una tripulación de 81 hombres, y la goleta “Enguita” de 10 cañones y 32 tripulantes. Ambos con base en Gibraltar.

Es la “Santa María Magdalena”, la encargada de quemar y echar a pique a la goleta “Enguita”.

Mucho espacio necesitaríamos, para desde aquí contar todas las vivencias ocurridas a nuestra fragata, por lo que, dando un salto en el tiempo pasaremos al final.

Nos encontramos en el año 1810, por lo cual estamos en pleno bicentenario de lo que voy a relataros.

La invasión napoleónica y nuestra Guerra de la Independencia están en su máxima virulencia, y por aquellos días, como prueba de la situación política y sus vaivenes, la idea de que los ingleses, que no hacía muchos años nos los habíamos encontrado enfrente en las batallas de Trafalgar y cabo San Vicente, con los trágicos resultados por todos conocidos, eran ahora nuestros más firmes aliados ante el expansionismo del emperador Napoleón Bonaparte.

Podemos situarnos históricamente en ese momento, debiendo recordar que todo comenzó en la gestación preparación y posterior desarrollo de la “Expedición Cántabra”, que fue una operación naval realizada conjuntamente por las Armadas española y británica contra los franceses.

El mando de la expedición se le confió al capitán de navío Don Joaquín Zarauz, a cuyas órdenes se encontraban, Rober Mends, Jefe de las fuerzas inglesas y Don Blas Salcedo, capitán de navío que mandaba la fragata “Santa María Magdalena”, y el teniente de fragata Don Diego de Quevedo que mandaba el bergantín “Palomo”.


                    La fragata “Magdalena” y el bergantín “Palomo” en “vuelta encontrada”

Esta escuadrilla zarpó del puerto de la Coruña el 14 de octubre de 1810, acompañada por una serie de fragatas, bergantines, goletas y cañoneras, tanto españolas como inglesas, con un total de 12 buques de guerra y 20 de transporte que portaban, aparte de la marinería, 2000 hombres como fuerza operativa de desembarco.

Su objetivo militar era tomar la plaza de Santoña en Santander, que en esos momentos se encontraba muy fortificada por los franceses, mejorar y reforzar su fortificación y establecerla como centro de operaciones para todo el Cantábrico, en cuyo centro, aproximadamente, se encontraba esa ciudad.

A continuación proseguir hasta la toma de Guetaria, en la provincia vascongada de Guipúzcoa, reforzando con ello el dominio en toda la “Costa Cántabra”, ya dominada en su parte Oeste, con importantes bases en El Ferrol y la Coruña, y otras de gran valor estratégico, como las de Vivero y Ribadeo, controlando el centro desde Santoña y el Este desde Guetaria, mientras cortaban por tierra el Camino Real de Irún y principales vías de comunicación, para impedir la llegada de socorros a las fuerzas francesas y no permitir los desplazamientos de la artillería enemiga.

El día 18 de octubre de 1810, se decide el fondeo de la escuadra en la concha de Gijón y el ataque y ocupación de esa Villa, en cuya operación tiene una parte sobresaliente la actuación de una Compañía de Infantería de Marina y una Brigada de Artillería Naval de la “Santa María Magdalena”, más alguna tropa inglesa con lo que se consigue la retirada de la guarnición francesa hacia Oviedo.

Se utiliza la artillería abandonada por los franceses, y se reembarcan las tropas, llevándose con ellas todo aquello del Arsenal que se considera de interés, como efectos, velámenes, obuses, pedreros y cañones, mientras que de los buques se desembarcan otro tipo de municiones y pertrechos para surtir al Ejército del Principado.

Podemos contar con que esa victoria fue “pírrica”, pues el precioso tiempo perdido en la conquista de Gijón, devino posteriormente en la tragedia que se avecinaba.

Zarparon hacia la plaza santanderina de Santoña, a la que arribaron en la mañana del día 23.

Si restamos los cuatro días que estuvieron los barcos fondeados en Gijón, podemos constatar que entre La Coruña y Santoña tardaron menos de una semana en desplazar la escuadra entre esas dos ciudades pese a la gran distancia que las separaba.

Como bien sabemos, el navegar a lo largo del Cantábrico, no es tarea sencilla debido a los violentos y rápidos cambios de tiempo a los que siempre está dispuesto, y eso fue lo que pasó, pues nada más llegar al fondeadero de Santoña, la suave brisa del SO, que los había acompañado en casi todo el viaje, roló rápida y violentamente hacia un fortísimo NO, que acabó formando un gran temporal.

Los navíos más grandes, como la fragata “Santa María Magdalena” y el bergantín “Palomo”, se vieron obligados a “picar” sus amarras para dirigirse a Mar abierta con el fin de poder capear más libremente el viento y el oleaje.

Tras cuatro duros días de continua lucha contra la mar, el temporal les concede una tregua y empieza a amainar considerablemente, lo cual aprovechan los barcos para tomar rumbo hacia la Ria de Vivero, que ya se había acordado previamente en el Plan General de la Expedición como punto de encuentro, si alguna causa obligaba a que se dispersaran los barcos.

Arriban los barcos a la Ría con la Mar en calma y vientos flojos del NE, en la que fondean, bajando buena parte de las tripulaciones a tierra para aprovisionarse, reparar los daños ocasionados por el temporal y atender a los heridos.

Hasta aquí todo era tranquilo y rutinario, pero cuando llega la madrugada del día 1 (Dia de “Todos los Santos”), y la del 2 (día de “Los Difuntos), el viento en calma rola hasta convertirse en un N fresco, que cada vez y con mayor rapidez va aumentando su virulenta potencia hasta convertirse en una verdadera galerna.

A los grandes barcos que su porte ofrecía mayor resistencia al viento, por su enorme obra muerta, comenzaron a faltarles sus cabos y cadenas de fondeo, quedando a la deriva y a merced de los elementos.

Comenzaron a hacerse señales de auxilio a tierra, pero tanto las tripulaciones que allí se encontraban, como los botes y lanchas que contaban, no eran ni por asomo suficientes ni capaces como para llevar la ayuda que se les solicitaba…. ¡Ahí comenzó la tragedia!



Como curiosidad os diré que unas fragatas inglesas que se encontraban en la misma situación desarbolaron sus velas y mástiles, consiguiendo con tan desesperada decisión, el que las olas de retroceso las separaran de la peligrosa costa y las llevaran hasta el centro de la Ría, donde con algo más de tranquilidad pudieron terminar capeando el temporal.

En cuanto a nuestra “Santa María Magdalena”, atrapada por el viento, la marejada y el desgobierno que estos le producían no pudo hacer nada por evitar la falta de su palo mayor, que en su caída arrasó con todo un costado de la nave, provocando innumerables vías de agua que no pudieron ser atajadas con las bombas de achique.

 A partir de ese momento, sobre las 03:00 h. el barco ya estaba irremediablemente perdió, pues sin gobierno y sus cuadernas abiertas, estaba irremisiblemente arrastrado por los vientos contra la playa de Covas.

Al amanecer, ya acallados los gritos y peticiones de auxilio que desde la playa se habían estado escuchando durante toda la noche, el violento oleaje había depositado en la playa, o flotando cerca de ella, varios centenares de cadáveres.

La “Santa María Magdalena” termino sus días encallada en las arenas de la playa de Covas, bajo el terrible castigo del violento oleaje.

De las 508 personas, entre jefes, oficiales, marinería, soldados y auxiliares que componían la dotación, murieron ahogados 500, salvándose tan solo ocho de ellos, que con ímprobos esfuerzos pudieron llegar a la playa, pero en tan lastimosas condiciones, que a los pocos días ya habían fallecido cinco, quedando tan solo tres supervivientes de la tragedia.

A raíz de la muerte simultánea en la “Santa María Magdalena” del capitán de navío, Don Blas Salcedo y Salcedo y de su hijo el guardiamarina Don Blas Salcedo Reguera, una Real Orden prohibió, a partir de ese momento el embarque de padres con hijos y hermanos con hermanos, en el mismo buque.

El bergantín “Palomo”, su compañero de aventuras no corrió una suerte diferente, ya que, arrastrado por las enormes olas, termino sus días totalmente destrozado a unos 400 m. al O, en los acantilados de Sacido.

 


En la playa de Covas, a escasos metros del lugar del embarrancamiento de la “Magdalena”, hay una escultura en la que se conserva uno de los cañones y un ancla de la escuadra y cuya placa reza… “A los 550 náufragos del bergantín “Palomo” y de la fragata “Magdalena”, sucumbidos en esta playa el 2 de noviembre de 1810”.

Dime bergantín “Palomo”

¿Dónde fue tu perdición?

En la Ria de Vivero

Al toque de la oración

 

Di fragata “Magdalena”

¿Qué mal viento te dio el mar?

Todos los vientos son buenos,

si Dios no da tempestad.

 

Esa es la historia de una de las mejores fragatas con la que contó la Armada de esa época, y por desgracia muy poco conocida.

 

Buena Mar y hasta la vista amigos.

 

 

 

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